
Tréveris, Alemania, en la primavera de 1793, rebosa de gente que huye de la Revolución Francesa. La ciudad huele a tifo. Juan Martín, que no ha dejado de prodigar cuidados a los enfermos, contrae el implacable mal. En la cama de una humilde buhardilla espera la muerte. Quiere mirarla de frente. Bendice a algunas Hermanas: "Crezcan y multiplíquense si tal es la voluntad de Dios."
El 4 de mayo vive su muerte como vivió su vida: entregándose sencillamente en las manos de Dios.
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